Ahora que bajan las temperaturas, por las mañanas es frecuente escuchar en la calle una sinfonía desquiciada de motores. Resuenan con estridencia porque más de un conductor se lía a dar acelerones sin parar. Teóricamente lo hacen para calentar el motor, como si el coche fuera una sartén llena de aceite donde hay que freír un huevo.
Eso de dar acelerones es un mal hábito que sólo tiene dos consecuencias: excesivo gasto de carburante y estropicio del motor. Es cierto que el motor funciona mejor cuando alcanza una temperatura óptima de trabajo, pero esa temperatura no debe llegar pisando brutalmente el pedal del acelerador, sino con el uso continuado del motor.
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Es una forma de actuar heredada del pasado, cuando los coches de gasolina funcionaban con carburador y los de gasóleo eran algo así como camiones encubiertos bajo una pinta de turismo de cinco plazas. En aquellas épocas, la mejor forma de que el motor alcanzase una temperatura correcta era liarse a darle patadas al acelerador, y así los cilindros se calentaban a bofetadas.
Actualmente, cualquier centralita electrónica de inyección sabe a qué temperatura está cada elemento de su motor, de forma que adapta la cantidad de carburante necesaria para que el motor funcione correctamente aun en frío. Por otra parte, los inyectores cuentan con sistemas de calentamiento que trabajan para que esa temperatura idónea de funcionamiento llegue cuanto antes, sin forzar la situación.
De esta forma, cuando encendemos el motor en frío, podemos hacer lo siguiente:
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Si el coche es de gasolina, encendemos el motor y salimos inmediatamente, circulando con suavidad.
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Si el coche es de gasóleo, encendemos el motor y esperamos unos segundos al ralentí para que el aceite bañe bien el interior del motor. Luego salimos, circulando con suavidad.
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Si nos importa un pimiento ahorrar en carburante y tenemos ganas de que el motor nos pase factura, seguimos dando acelerones hasta que el coche se caiga a pedazos.
Aquí, por dar alternativas, que no falte.
Foto | Flickr (tnarik)